Se cumple un siglo de la Revolución Rusa, el primer triunfo del comunismo. Desde entonces, 100 millones de personas han sido asesinadas en su nombre
La izquierda española tardó en desterrar a Stalin de sus idearios, aunque en los últimos tiempos ha resurgido en los sectores más radicales, pero no ha ocurrido lo mismo con Lenin. Y ello a pesar de que fue el iniciador de los exterminios en masa en la Unión Soviética y el creador de la policía represiva de un régimen tiránico que duró más de setenta años.
Y no es por desconocimiento:

En 1918, según Izvestia, fueron ejecutadas por contrarrevolucionarias –es decir, por pensar de manera diferente a Lenin-, casi 6.000 personas solamente en Moscú y Petrogrado. Ese mismo año las fuerzas bolcheviques dirigidas por Stepán Shaumián con apoyo de Lenin masacraron a 14.000 civiles que se oponían al proyecto de instaurar un régimen soviético en Azerbaiyán como una república satélite de Moscú. Entre las víctimas de Bakú se encontraban los dirigentes socialdemócratas, comunistas mencheviques y liberales que fueron asesinados junto a toda su familia.
En 1919 se produjo una de las mayores masacres decididas por Lenin, curiosamente de ello no hablan los dirigentes podemitas para quienes todo en el líder revolucionario era bueno y admirable. En Turquestán, un territorio díscolo frente al Imperio Ruso que mantenía contra sus nuevos amos soviéticos la revuelta Basmachí, Lenin impuso la denominada “hambre artificial”. Un bloqueo a la entrada de alimentos en una zona de guerra permanente que ocasionó más de 1,2 millones de muertos en pocos meses y que supuso el agotamiento y sometimiento de un territorio que no quería pertenecer a la naciente Unión Soviética.
El avance soviético seguía imparable imponiendo el terror como forma de sometimiento. Un modelo que el propio Lenin había descrito perfectamente: “Ahora y sólo ahora, cuando en las zonas afectadas por el hambre hay antropofagia y las carreteras están pavimentadas con cientos de cadáveres, si no miles, es cuando podemos –y por lo tanto debemos- insistir en la apropiación de los objetos de valor (…) con la energía más implacable y despiadada, sin reparar en medios para aplastar toda resistencia (…) debemos declarar ahora una guerra decisiva y despiadada, y someter su resistencia con una brutalidad que no olviden durante décadas”.
Tras el Turquestán llegó el turno de Kiev, donde en una sola semana los bolcheviques del Ejército Rojo fusilaron a más de 3.000 personas. En toda Crimea la represión en 1920 había superado los 60.000 asesinatos contra la oposición política. Allí aplicaron la técnica de Lenin de matar de hambre al enemigo y durante los dos primeros años de ocupación soviética habían perecido por inanición más de 100.000 personas, en su mayor parte mujeres y niños.

La crueldad impuesta por Lenin se dejó sentir especialmente en algunas ciudades, como es el caso de Ganzha, en Azerbaiyán, donde la entrada de las tropas comunistas se saldó con el asesinato de 15.000 opositores en unas pocas horas.
Existen estudios que los profesores de la facultad de Ciencias Políticas no deberían desconocer a la hora de hablar de Lenin. En ellos, el estudio de la represión es tan pormenorizado que da las cifras agrupando a las víctimas por categorías. Así, entre las víctimas de Lenin, según recoge el libro “La URSS”, de Jorge Fernández Pradel (1932), se cuentan 890 mil campesinos, 268 mil soldados, 56 mil oficiales, 196 mil obreros, 8.800 médicos, 6.775 maestros, 212.263 intelectuales, no menos de 100 mil religiosos y más de 750 mil mujeres y niños que no se pueden adscribir a las categorías anteriores.
Si la izquierda occidental, salvo un reducido número de radicales, adjuró de Stalin por sus crímenes. Sin embargo no ha ocurrido lo mismo con Lenin, quien inició los exterminios en masa, y todo ello a pesar de que sus crímenes están documentados desde los años veinte del siglo XX.