jueves, 8 de enero de 2015

Castilla (entrevista a Juan Pablo Mañueco Martínez)



La entrevista (a Juan Pablo Mañueco Martínez) que saldrá en enero en Nueva Alcarria adelantada a ahora

 

 


 

Conversaciones con Juan Pablo Mañueco sobre el realismo simbólico

Por Antonio Herrera Casado

 


¿Tu vinculación con Castilla ya era entonces de tipo cultural, por tanto?

Sí y empezó a ser una vinculación cada vez más estrecha. Hasta el punto de que en un viaje que hice con doce o trece años a Guadalajara, aproveché un momento, en que ya casi regresábamos a Valencia, para recoger unos simples terrones de tierra seca por el calor de agosto, meterlos en una bolsa de plástico y llevármela conmigo a mi casa, donde la guardé con mucho afecto en el fondo del armario de mi habitación.

De vez en cuando la miraba y hasta les decía a mis amigos. “Chavales, muy bonito esto de Valencia, el arroz, las tracas, las fallas y la Virgen de los Desamparados, pero ésta es mi tierra”. Y les enseñaba el contenido de la bolsa de plástico.

Es una escena preciosa, verdaderamente representativa de un amor muy grande a una tierra

Y a una cultura. La pena es que estoy seguro de que a ninguno a los escolares que se quedaron aquí les explicaron que todo lo que estaban aprendiendo en el Bachillerato era eso precisamente… el castellanismo cultural, la obra que Castilla se había dado a sí misma y, también, por la importancia de los logros obtenidos, la aportación de Castilla al mundo.

Aquí todas esas cumbres se presentaban como cumbres españolas, genéricamente, como caídas directamente desde el cielo, sin pasar por ninguna tierra concreta: la nuestra, precisamente. Así que ser castellano o no, para quienes habían quedado aquí, era o una cosa desconocida o una cosa aparentemente irrelevante.

Sí, aquí la educación que recibíamos es la que tú estás diciendo.

De manera que ningún coetáneo mío, de los que se quedaron en Guadalajara, se enteró jamás, por vía de la escuela, de lo que es Castilla y lo mucho que lo castellano ha aportado a la cultura universal. Y si hubo algún caso aislado fue a título personal, no por mérito del sistema educativo.

En este sentido, la educación bajo los tiempos de Franco –que es la época a la que me estoy refiriendo- nos ocultó más a los castellanos que a los pueblos periféricos. Y, por añadidura, los planes de estudio bajo la democracia no han subsanado ese error entre los castellanos… Castilla sigue siendo la gran desconocida, mentalmente, para los castellanos de entonces y de ahora.

Ya te digo que estoy muy contento de haberle podido devolver a Castilla lo que ella me ha dado desde niño, en el libro “Castilla, este canto es tu canto”. Este libro es el que a mí me hubiera entusiasmado leer cuando estudiaba el Bachillerato o cuando buscaba mi identidad cultural, a los veinte años, y también en la Universidad. Yo no tuve esa suerte que ahora puede tener quien lo lea.

 

¿Y qué futuro vaticinas a Castilla?
                            
El que decida la élite que nos gobierna, desde el comienzo de los tiempos. La pirámide del poder es verticalista y no ha variado desde la época de los egipcios, como poco.

Todos los presuntos cambios políticos desde entonces son nominales, movimientos superficiales que afectan al oleaje de superficie, que es lo que vemos, pero que no han modificado el mar de fondo del poder político.

Es muy fuerte lo que estás diciendo…

Sé que sonará extraño lo que voy a decir, pero considero falsas las edades históricas y las presuntas revoluciones, incluida la francesa.

Todas las revoluciones involucionan casi inmediatamente hacia un sistema esencialmente idéntico al anterior: cambian las propagandas que se lanzan sobre las poblaciones (o quizá ni esto, porque siempre se habla de libertad y de justicia y de igualdad, que ya muy pronto, esta vez sí, van a venir: pero resulta que nunca llegan esas señoras o virtudes).

Es un “Esperando a Godot”, de Samuel Beckett, continuo lo que estás describiendo…

Así es, Antonio, y Godot no llega nunca… Esa es la historia de las promesas políticas y quizá también de las religiosas, pero no quiero entrar ahora en esos berenjenales.

Lo que sí digo es que, aunque cada régimen político promete en su frontispicio inicial que promoverá la llegada de la Justicia, de la Igualdad y de la Libertad… luego, en la realidad, cambian las constituciones y las leyes que se fingen y que se aplican sobre la gente, pero que el poder se salta en su provecho siempre que quiere: manda la élite, eternamente, desde arriba, y hace su santa voluntad, con más o menos formalidades legales que sortear.

Así ha sido, desde que el mundo es mundo. Igual.

Y eso de que no crees en la edades históricas…

Desde luego, no creo que exista nada que merezca ser llamado “Edad Contemporánea”, quizá algún día la haya, pero no ha empezado. En el Despotismo Ilustrado terminó la evolución política, si queremos decirlo así. “Todo para el pueblo, pero sin el pueblo”, y hasta la primera parte del aforismo es falsa: para el pueblo sólo lo que la oligarquía política decide dejarle generosamente, por mera deferencia, después de haberse saciado a sí misma en cuanto le place.

Pero, ¿mandar? La élite. El ciudadano no pinta nada, aunque ya no nos llamen súbditos, lo somos. Y ellos no se avergüenzan siquiera de seguirse llamando “señorías”, como en la Edad Media. Basta con escuchar que se siguen llamando “señorías”, con todo desparpajo, para no querer participar en su comedia política.

¿Llamas comedia política a la política?

Lo que digo es que, en un sistema con señorías, o se es “señoría política” o se va uno a su casa. No me parece inteligente quedarse en medio, haciendo bulto.

Lo que no se puede es participar en un sistema así, donde lo único que te dejan ser es votante deponente, que dimite de todo su poder el día de la “fiesta de la democracia”, y ya no vuelven a contar con él hasta que dentro de cuatro años, le vuelvan a decir: véngase usted a dimitir de nuevo ante la urna, porque después los elegidos ya haremos lo que nos dé la gana.

Y además, mire usted: ante sus propias narices nos ciscamos en el programa electoral y lo rompemos aquí mismo, para que no le quepa duda de que los aristócratas de la política haremos lo que queramos, si queremos, empezando por subirnos el sueldo, las dietas, las pensiones máximas y las prebendas más altas que podamos, que en esto sí vamos a estar de acuerdo todos los cargos electos, seamos del partido que sea.

¿Te refieres a lo que ahora se ha puesto de moda llamar la “casta”?

La casta, la élite, la oligarquía, los aristos griegos y actuales, la aristocracia medieval, moderna y contemporánea de la política, los barones dueños de sus feudos políticos, los caciques del XIX y del XX, como nuestro querido Romanones, los magistrados romanos tan por encima del pueblo como los actuales, los emperadores de todo tiempo tan aforados como los reyes o los presidentes de Repúblicas actuales, la nomenclatura socialista o comunista de cualquier tiempo, desde la URSS a la China o a la Corea de hoy en día, a los Papas o Popes teocráticos vigentes, a los cardenales políticos o religiosos… que sólo acatan al Altísimo o a los altísimos tribunales que desinan ellos mismos…

Me refiero a los que detentan el poder, e involucran a los pobres ciudadanos para que riñan entre sí por motivos políticos, cuando lo que intentan los líderes es situarse sobre los ciudadanos, todo ellos.

Siempre mandan los mismos: los de arriba e imponen su dominio, su voluntad y sus impuestos económicos, religiosos e ideológicos a la plebe, que los soporta económicamente. Aunque ahora nos llamen falsamente “pueblo soberano”, somos la plebe eterna, en realidad. Cada uno de los ciudadanos somos “Soberano don Nadie”, que es el título de mi primera novela publicada, en el año 2006, y que ya sustentaba esta tesis.

Desde luego, a lo que no me refiero es a ningún partido reciente, ni a ningún líder con coleta, que lo único que quiere es ser más “casta” de lo que ya es, convertirse en un arribista (en los dos sentidos de la palabra) que ascienda cuanto pueda en la casta a la que aspira y a la que ya pertenece.

¿No crees en la división de poderes, que es la base de nuestro mundo contemporáneo?

En España, desde luego, no. El poder no tiene verdaderos controles, y ni siquiera se esfuerza apenas en ocultarlo. Basta con ver lo que está pasando en nuestro país. Lo que ya todos sabíamos y veíamos, pero que ahora está llevando a algún dirigente menor a la cárcel, porque el hedor ya era irrespirable y la situación desesperada de millones de conciudadanos no permitía tanta desvergüenza en los órganos que, presuntamente, debían atajar este saqueo de los bienes públicos.

Pero la élite manda siempre, en todos los países, porque el sistema político, desde el Imperio Romano hasta aquí, es verticalista.

Tú escribiste un libro titulado “La democracia real” donde ya tocabas estos asuntos, ¿no es así?

Sí, en el año 2004. Es decir, no son tesis seguidistas u oportunistas de los actuales movimientos que hablan de estas materias en los últimos años. El libro está escrito diez años antes, y circuló mucho por las librerías y bibliotecas universitarias de las Facultades de Madrid, por lo que a lo mejor se da el fenómeno contrario, que estos líderes se han empapado de alguna de mis tesis.

Pero estos movimientos, al menos los que más están sonando mediáticamente, no van a lo esencial del tema. Son también verticalistas, quieren constituirse en casta cuanto antes. Se quedan muy cortos en las soluciones que aportan para romper el sistema de élites. Pienso que no quieren romperlo, quieren integrarse más aún en la élite, y si para eso tienen que generar caos, violencia u ocasionar muertes –en algún caso-, pues no les importa.

La solución verdadera está apuntada en el subtítulo del libro al que aludes: “Hacia el final del Estado totalizador de lo público”, y de esto no les he oído hablar, porque efectivamente, sí sería la ruptura del sistema de castas o élites.

¿A qué te refieres?

El Estado, ya tenga dos, tres o treintaiséis poderes nominales, tiende a compactarse en uno solo frente a los ciudadanos o súbditos, desposeídos de todo poder real… Por ello, es necesario que el verdadero contrapoder o contrapeso de los poderes del Estado venga y actúe desde fuera de él. Desde la Sociedad, con mayúscula, para equipararla y ponerla al mismo nivel ortográfico que el Estado.

Es necesario lo que yo llamo el Poder Social, estructurado orgánicamente –no asambleariamente, ojo- y dotado de las facultades bastantes para supervisar a cualquiera de los otros tres, y desde luego al Ejecutivo y al Legislativo.

Lo que se nos presenta como el no va más del pensamiento político mundial: Montesquieu y la Revolución francesa, sólo consiguieron separar en tres élites la élite dominante (que además sólo se separan aparencialmente), no dar ningún poder real al pueblo, tan despojado hoy de potestades efectivas como bajo Octavio Augusto, por citar un nombre.

¿Te das cuenta de que estás yendo más allá de Montesquieu?

Yo sólo digo que el Poder, para ser democrático, debe separarse no sólo y de verdad entre sí, sino tambiéndentro de sí, impidiendo que se compacten las tres élites en su interior y luego también entre ellas, volviendo a la situación de un poder absoluto sobre la población de la que habíamos partido.

Y que eso sólo puede conseguirse mediante un Cuarto Poder, el Poder Social, estructurado, distinto y superior, llegado el caso a los otros tres, y desde luego al Ejecutivo y al Legislativo. Y además no sería caro, que sería la única objeción que se me ocurre; al contrario, sería la única forma de luchar eficazmente contra la corrupción, y por lo tanto muy rentable para la ciudadanía. De otra forma, la corrupción es casi consustancial a todo verticalismo.

¿Cómo se alcanzaría ese Cuarto Poder que propugnas?

No es cuestión de entrar aquí en más detalles, porque “La democracia real” es un enorme tocho de 500 páginas. Sí convendría citar que las ideas principales las he puesto en verso en 2014, en un poema que se titula “Señora Castillesquieu”, que aparece también en “Castilla, este canto es tu canto. Parte I”.

Está al alcance de quien abra ese libro, en un poema que me dicen es muy sonoro y bello, aunque a mí no me lo parece, en comparación con los poemas que tiene a su alrededor en tal libro.

 

¿Explícame, al menos, cómo llegaste a configurar ese Cuarto Poder del que hablas?

Mirando a Castilla, mirándonos hacia dentro. Porque resulta que la solución (de futuro) ya está apuntada en el acervo cultural de este sorprendente y desconocido pueblo que es el castellano.

Para la Castilla histórica: el mandado imperativo mediante el voto vinculante al representante no es una novedad, sino lo lógico. Como sabes mejor que yo, era lo que venía forzado a obedecer el procurador de las ciudades que acudía a las Cortes de Castilla. Y eso, traducido a nuestros días, significa  que el programa electoral se cumpla o el Poder Social destituya al representante desleal.

Bien, pues en nuestros “contemporáneos” tiempos aún no hemos llegado al punto básico de la democracia en nuestras Comunidades de Villa y Tierra y que, además, es lo primero que aprende todo hombre de bien: que las promesas están para cumplirse, que el representante tiene que cumplir lo que le encargó el representado.  Que los programas electorales deberían ser vinculantes o estamos ante una farsa.

No voy a decir si pienso que el sistema actual es una farsa o no. Porque la respuesta ya la sabe toda aquella persona que haya seguido el razonamiento.

Por otra parte, sería necesario un mecanismo para revocar al mandatario que no cumpliera con sus obligaciones. Así, más otra serie de cosas semejantes, ya empezaría a romperse la aristocracia, élite o casta que nos gobierna.

En cambio, sin esto, seguirá existiendo casta. Y quizá más dura que la actual, la casta de extrema izquierda, que es la que representa el señor de la coleta, y que siempre ha sido la nomenclatura verticalista más fuerte de las que se han conocido hasta la fecha.

Y entonces, en concreto, ¿qué futuro le ves a Castilla?

Ya digo. El que decida la élite o minoría que nos gobierna. La élite decidió en los años 80 partir a Castilla en cinco comunidades, y cinco Castillas ha habido.

Recuerdo una anécdota de aquellos días. Se cuenta que Enrique Tierno Galván dormitaba en los escaños del Congreso y vinieron a despertarle diciendo: “Enrique, despiértate, que tenemos que votar el Estatuto de Autonomía de La Rioja”, a lo que Enrique Tierno Galván, abriendo un poco los ojos, replicó: “¿De verdad?”.

Pero votó a favor. Y eso que Tierno Galván era un madrileño con raíces en Soria, y con verdadero afecto sentimental por Castilla. Pero la élite había decidido pasar por encima de Tierno Galván y de Castilla y vaya si pasó.

La élite, siempre la élite, o la casta o el sistema…

Sí, quien se oculte bajo el nombre de la “élite” -que no sé quién es o qué es- decidió que Castilla  saltara hecha añicos y Tierno Galván obedeció, y todos nosotros detrás. Por eso, si mañana la élite decide que vuelva a unirse toda Castilla, pues Castilla volverá a brillar entre los pueblos de España.

Y entonces hasta alguna editorial, o el Departamento responsable de cultura de esa Castilla, estará encantado en publicar la segunda edición de “El nacionalismo: una última oportunidad para Castilla”, con prólogo inédito de Miguel Delibes  -bueno, esto sólo si estoy vivo y me lo piden- y repartirlo por cada centro educativo de la Nacionalidad castellana o como quieran llamarla.

Allí se podrá leer de nuevo el grotesco modo en que la aristocracia política de los años de la Transición decidió destruir la unidad de Castilla, sin que eso fuese conveniente para los castellanos, ni nadie, ni siquiera quienes lo votaron, comprendiera por qué lo hacía. Y la vibrante prosa con que, creo, escribí aquel libro juvenil.

¿No hay forma de conseguir nada provechoso para la unidad de Castilla en estos momentos?

¡Ya lo creo que sí! Repito: lo que la élite quiera hacer, se hace. Mañana mismo, si lo desea. Y sin necesidad de cambiar ninguna norma constitucional ni artículo de Estatuto de Autonomía.

Sólo con que el poder fáctico, en conjunto, lo impulse. O la élite de un solo partido, allí donde gobierne. ¿Qué problema habría en convocar mañana mismo un Festival de la Canción Castellana, que invitase a representantes de las cinco comunidades autónomas castellanas, con un sentido plenamente reivindicativo, sin tapujos ni rodeos, y con el apoyo institucional que hiciera falta?

Ninguno. Además sería un éxito para la ciudad que lo convocase. Por participación, por repercusión mediática, por turismo y por publicidad para ese pueblo o ciudad. Que lo convoque mañana mismo Guadalajara, si quiere. A lo mejor, la casta que manda en Madrid y en España –sea quien sea- tiene un día tonto y lo permite. Y por ahí nos vuelve a todos Castilla de golpe, que tiene mucho que ofrecer.

Pues no estaría mal, ciertamente.

Además, se subsanaría una injusticia histórica, cada vez más evidente. O que Guadalajara convoque una competición deportiva, o un certamen de pintura o literario, por decir cosas muy sencillas, de carácter abiertamente castellanista.

O que se organice una lectura pública del Poema de Mío Cid, por parte de representantes de Castilla Norte y de Castilla Sur. O tantas otras cosas, que algún día, cuando Castilla vuelva, se harán.

En Guadalajara, ya hubo iniciativas muy interesantes desde el punto de vista castellano. Por ejemplo, el concejal Jesús Orea hizo un parque del rollo jurisdiccional castellano y levantó un muy bello ejemplar del mismo. Si en lugar de tener una altura de 3 ó 4 metros, erige uno de 30, hoy sería uno de los símbolos más significativos de la ciudad. Y el día que pongan uno de 30 metros en el Pico del Águila, en la Peña Hueva, o en cualquier monte cercano a la N-II, donde no se causen problemas ecológicos, se enterarán de la existencia de Guadalajara todos los que pasen por la autovía, y se detendrán a verlo –y de paso la ciudad- quinientos turistas cada día.

Ser fiel a la cultura castellana, es rentable, incluso.

¿Qué partido político ves tú más interesado en recuperar las señas de identidad de Castilla?

Ninguno. Las élites de todos los partidos son refractarias a Castilla. Si algún concejal en algún sitio ha hecho algo en este sentido, ha sido a título personal y, a lo mejor, enfrentándose con las suspicacias de sus líderes nacionales.

La derecha ve a Castilla como un obstáculo en su visión celestial y etérea de España. No quiere pisar el suelo de la Castilla real, así que la da por muy bien extinta. Y la izquierda recela de una Castilla cuyo valor verdadero desconoce. Y  a veces no es que recele, sino que odia directamente lo que ella cree que representa Castilla, aunque el valor real de esta tierra sea exactamente lo contrario de lo que la izquierda adjudica a la palabra “Castilla”.

Si por la izquierda hubiera sido, durante la Transición, hasta hubiese desaparecido el nombre de Castilla de la faz del “Estado” español. Estuvieron a punto de conseguirlo… Y en cuanto a los partidos periféricos, encantados de que se haya difuminado el contrapeso centrípeto que podría suponer una Castilla fuerte, lo cual amén de otras ventajas para Castilla, también sería provechoso para reequilibrar España en términos de mayor justicia territorial.

Desde luego, en el centro de poder vertical que dirige España, estoy seguro de que hay más cuota de poder periférico que de poder que corresponda a Castilla y a Guadalajara, lo cual es otro inconveniente para que Castilla se una. No le interesa de ningún modo a la periferia, que prefiere tener una Castilla despoblada y troceada.

¿Y no ha variado esta situación en los últimos años?

Bueno, quiero ser optimista respeto a lo que acabo de decir. Quizá este análisis sea válido para la derecha y la izquierda que hizo la Transición y desde entonces, hasta aquí.

Pero ahora está surgiendo una nueva clase dirigente que, a lo mejor, ¿por qué no?, se fija en la terrible injusticia que se sigue cometiendo con Castilla y se decide a subsanarla. Aunque sólo sea para ahorrar costes en alguna de esas cinco autonomías que, amén de ahistóricas, son de opereta.

Ahora bien, que no nos hablen de federalismos asimétricos, porque entonces sí que digo que es la sucursal catalana de la élite la que está pulsando esa tecla. El partido que defienda tal cosa, tal aberración, lo del “federalismo asimétrico”: que sepan todos los votantes castellanos que es un criado fiel de la tecla periférica. Sea el que sea. Que cobra dinero periférico por decir semejante atrocidad, así que, simplemente, no les voten, porque van a ignorar o a perjudicar los intereses castellanos.

¿Algo que decir sobre los nuevos partidos que están emergiendo ahora?

En cuanto a los nuevos partidos que están emergiendo, yo no les he escuchado ni una sola palabra al respecto de Castilla, lo que da idea del grado de interés que tienen y tendrán por la tierra que nos ocupa.

Por último, algunos partidos castellanistas que concurren a las elecciones tampoco se han enterado del formidable valor ideológico y electoral que tendría el pensamiento político propiamente castellano que acabamos de señalar. Así que hacen mero seguidismo de las ideas de los partidos mayores, pero con mucho menos dinero. Por lo tanto, o encuentran el mensaje “castellano” o les toca la lotería, si no, seguirán siendo meramente testimoniales...

Inclusive si les tocara la lotería también seguirían siendo testimoniales, porque lo que de verdad necesitan es un mensaje diferencial útil para captar sus propios electores. Para decir lo mismo que los grandes, ya están los grandes, que además tienen más medios y dineros. Y son meras sucursales ideológicas de los partidos grandes, ya digo, sin mensaje propio que atraiga apreciablemente.

Te veo pesimista respecto al devenir de Castilla.

No. La cultura que Castilla ha creado es tan impresionante -una de las dos o tres verdaderamente importantes del planeta-  que Castilla no puede morir. Ni asesinada y troceada como está, ha muerto. Y además no pueden ni podrán enterrarla. Castilla sobrevivirá a todos los partidos actuales y a todas las élites actuales. Hasta que llegue una élite que se dé cuenta de ello, y la oficialice otra vez.

Incluso, desde mi punto de vista –ajeno a la política- tampoco soy pesimista. El libro “El nacionalismo: una última oportunidad para Castilla” sigue siendo citado por una veintena de tesis doctorales cada año, como mínimo.

Los doctorandos en Historia de las Universidades castellanas que eligen el siglo XX, mayoritariamente, o escogen la Guerra Civil o la Transición autonómica, y ahí han de referirse a este libro mío, inevitablemente.

De manera que se habla mucho en la Universidad española de este humilde servidor que te habla. Hasta me he encontrado algún texto de examen de ingreso a la Universidad en donde había que analizar un texto literario mío. No está mal.

Bien está lo que hice, aunque hoy haya abandonado el tema, porque la élite no está por la labor y los pequeños grupos políticos de resistencia castellana no se enteran de que tienen dentro de su tierra y de su tradición cultural la llave del futuro político hacia la “profundización” de la democracia, volvamos a llamarla así.

¿Y la aventura política nunca te ha tentado?

Jamás. A los 26 años, después de haber escrito “El nacionalismo: una última oportunidad para Castilla”, en el 82, sí me propusieron ser “procurador en las Cortes de determinada región”, directamente, sin currarme el puesto, simplemente con decir “sí” a determinado a partido, ya iba en las listas en un puesto de los que salen elegidos. Y dije que no, mi vocación no es la política. Luego, lo que sí he hecho, es dar mi nombre para rellenar alguna lista castellana, pero pidiendo que me pusieran en el último lugar. Y ahora ni eso, porque esos partidos no llevan la dirección correcta, por las razones que he expuesto. Y como dinero tampoco tienen, pues su futuro está escrito. Así que me he cansado de dar el nombre para nada. Tampoco nadie me verá ya el último de ninguna lista.